Cuatro menores fueron expulsados de un colegio capitaleño en el año 2005. La administración del plantel, azuzada por la asociación de padres y por el rumor público, decidió sancionar a las criaturas por el hecho de otro. Nada ocurrió. De crónica y cotilleo no pasó la infracción cometida. La moralina llegó al asco y al irrespeto de leyes nacionales y convenios internacionales. Los guardianes del decoro callaron. En su agenda no estaba ese acápite.

Cuatro menores agraviados, vejados, maltratados, excluidos y el silencio acompañó la afrenta. Otro palmarés para los pujos humanitarios de ocasión. Mientras fue un secreto a voces el enriquecimiento sospechoso del progenitor, las criaturas disfrutaban de los derechos correspondientes. Graciosas, aplicadas y además queridas. Señuelos para que el padre regalara, auspiciara construcciones, participara en reuniones. La ruina las convirtió en escoria, en negritos hijos de nadie, indignos para compartir con la descendencia de la elite infractora, blancuzca y cuarterona.

Ningún hijo de asesino, estuprador, prevaricador, contrabandista, estafador, ha sido expulsado de un colegio. La ley protege a los menores hasta de los padres morosos. Sin embargo, a los hijos de Quirino los sancionaron sin recato. Ahora que vuelve a la palestra su nombre, es pertinente la remembranza. Ahora que la losa cede y el resucitado asoma y el espanto rige y ruge, es bueno recordar.

Algunos celebran eufóricos la resurrección y el apogeo, la ilusión de bonanza y caridad. Otros bisbisean azorados y el mohín de disgusto aflora. Y es que con “el don” no hubo caviar ni champaña, hubo lavado con jabón de cuaba muy lejos del Jean Patou.

La mención de Quirino ocurre en el momento de bondad y emociones, del reguero de gente repitiendo proclamas piadosas, reclamando legalidad conculcada, recitando la declaración universal de los derechos humanos. El momento de golpes en el pecho, de un desarraigo progre y cosmopolita para sumarnos a la nada. Bachata para esconder escrúpulos y desde la atalaya contar la pena ajena porque la propia espanta.

La memoria sirve para detallar agravios, enrostrar las faltas. Pero no importa. Ni los ofendidos reclaman. Hay más espacio para la mentira que para la venganza. Pueden estar tranquilas las hordas santurronas que otrora humillaron al don y a su progenie y hoy dedican su mendaz plegaria a otras cruzadas. Con donaire, pueden reinventar el discurso en contra de aquel que erigieron en alfa y omega del mal, el Mefistófeles de Elías Piña. Y lo hicieron con vehemencia, antes de cualquier sentencia condenatoria, que aún no existe. Quirino fue compendio de los vicios. Summum de las lacras nacionales. Pedían la crucifixión de un vicario sin prosapia para exorcizar culpas que no ensucian el cuellito blanco de la rancia impunidad criolla.

La hipocresía no tuvo límites, la pandilla itinerante fue inclemente con el capitán. Nadie reclamó garantías para el supuesto responsable de la administración de un alijo espectacular de cocaína. El negro fronterizo, con rango militar, poco verbo, hermosos inmuebles, costosos automóviles, productivas granjas y un helicóptero, no merecía conmiseración. Él, el único, porque hurgar compromete demasiado, remenea muchos altares con guardianes permanentes. Tal vez “el don” lo supo desde el principio, desde el primer acuerdo y a pesar de su heredad, casi secreta, y su jurisdicción sin límites, fue sagaz. No necesitó la ostentación urbana ni el codeo público con gerifaltes y vedettes. Demasiado poder y resguardo para perderse en comilonas y frivolidad. Las propinas discretas son muy efectivas.

Menos capo que caporal. Quirino complació, hasta aquel día. Porque los hados traicionan. Son bellacos. La codicia exige, amenaza. Empero, desde entonces, ha sabido concertar. Más cerca del chenchén que del carpaccio, como buen vaquero, conoce lazos y lazadas. Su retorno alborota y la ocasión es propicia para rememorar, buscar archivos y reescribir lo escrito. En este país de nepotes confesos y descaro, de prescripción moral y contubernio legendario, el retorno de Quirino, divierte y advierte, aunque no subvierte.

(Fuente: Carmen Imbert Brugal/hoy.com.do//monumentocity.com)

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